El Imperio Islámico obtuvo su primer conocimiento del arte de manufacturar papel tras la batalla del río Taraz, en 133 H, tras la captura de algunos soldados del Imperio Chino, que había desarrollado la técnica.
Los primeros papeleros del Islam se establecieron en Samarcanda, y utilizaron el método chino de fabricación de papel, a base de fibras vegetales. El nuevo producto pronto fue de gran importancia económica para la ciudad y consolidaron el primer monopolio del papel.
El papel de Samarcanda, también conocido como papel de Jurasán, consigue mejorar la técnica a base de utilizar fibras de lino como materia prima. Pronto, la técnica se extiende a otros territorios del Imperio Islámico, y se abren nuevas rutas comerciales para el papel. Ello tuvo también gran relación con el desarrollo de la red administrativa califal y con el florecimiento de la actividad intelectual. Con Harun al-Rashid en Bagdad se consolida el uso del papel en la administración, y deja de utilizarse el papiro o el pergamino.
A partir de Bagdad, la expansión del papel es todavía mayor, alcanzando toda la península arábiga, Persia e India y el norte de África (al Maghreb), desde donde se introduce a la península ibérica.
Los escritores españoles como Ibn ‘Abd Rabbihi (860-940) describen el papel y su uso en la península. También conocemos el catálogo de la gran biblioteca cordobesa del califa Al HakamII, recopilado en cuadernos de papel de 20 hojas cada uno. Sin embargo, la referencia más conocida es la descripción del geógrafo Al Idrisi, que alaba el papel de Xàtiva (Valencia): “Shatiba es una ciudad bella, con palacios y fortificaciones conocidos por su hermosura. Se fabrica en ella un papel del que no se encuentra parangón en el mundo, y que se conoce en oriente y occidente”.
Este papel era conocido y exportado tanto a los territorios islámicos como a otros reinos europeos. La fabrica de papel de Xàtiva, la primera en la península, establecida en 1056 por Abu Masafiya, junto a la acequia mayor, contaba con más de 20 operarios y fabricaba un papel a partir de trapos y cuerdas, triturados por la rueda del molino, en colores que variaban del blanco al verde o carmesí (color que rememoró Gala en “El manuscrito carmesí”). El acabado del papel, un encolado, le daba un aspecto satinado muy apreciado, que servía para fijar la tinta correctamente.
En Valencia, en 1360, la Cancillería Real, bajo Pedro el Ceremonioso, dice que el papel que empleaba era suministrado por los “moros valencianos”. Existe también constancia de un “papel de Mursiya”. Pronto, otras grandes ciudades comienzan su andadura instalando molinos papeleros, como Córdoba, Valencia y Toledo.
La industria de los tejidos de lino y los ingenios hidráulicos (acequias, norias, molinos) existentes en muchas ciudades de la península garantizaba un suministro constante de papel de buena calidad. Pronto, la industria del libro fue floreciente en la península, apoyada por la tradición islámica cultural, donde el Libro de Libros, el Corán, será copiado constantemente.
Junto con el papel surgen otras industrias auxiliares: las tintas de escritura y la encuadernación. En la civilización andalusí, al igual que encontramos papeles de diversos colores, también las tintas de escritura presentan toda una gama: la negra, de carbón o metálica, es la principal; junto a ella encontramos rojas de bermellón, azafrán o madera brasil; verde azulado de flores de lirio; verde-gris de cobre; etc.
Las encuadernaciones andalusíes pasan por varias fases que presentan diferentes formatos: de forma apaisada, como álbumes, en piel montada sobre tabla; los libros “de cartera”, con una solapa pentagonal, de piel montada sobre cartón. Las pieles andalusíes variaban en cuanto a su calidad y acabado, pero solían estar trabajadas en relieves que presentaban motivos geométricos que podían estar coloreados. Era famosa la industria de las más trabajadas y lujosas: cordobanes y guadamecíes.
La caligrafía y la ornamentación son otras dos artes que florecerán en todo el imperio islámico y enriquecerán su cultura del libro. Los diferentes estilos caligráficos, los encabezados con arabescos, caracterizan muchas de las más bellas obras que el tiempo nos ha entregado.
El florecimiento del libro también fue acompañado del surgimiento de los libreros, al kutubiyyin, y de barrios enteros dedicados al comercio del libro, que incluían también los servicios de escribas y copistas, encuadernadores, artistas de la ornamentación, bibliotecarios, etc.
No podríamos concebir nuestro mundo actual sin muchas de las aportaciones que nos legó el pueblo árabe-musulmán, el libro es buen ejemplo de ello, símbolo de una cultura que floreció a través de la palabra, cultura generosa que nos legó nuestra más pura esencia. Este breve escrito pretende invitar a la reflexión sobre nuestro pasado y nuestro futuro, a través de los logros de nuestros antepasados y de un mejor conocimiento de las culturas que nos ayude a afrontar los retos que llegan.
Para conocer más el papel andalusí
Museo Valenciano del Papel